Esa tarde el tren viajaba mas lento que nunca, podía mirar el suelo y distinguir todo sobre él, el cielo se inundaba de nubes a lo lejos, mientras el azul era el común más cercano, parecía un día feriado, mucha gente se había agolpado en los andenes y cada vagón iba repleto de personas.
Sentado al lado de la ventana, escuchaba la algarabía de los pasajeros, pero no había volteado a ver hacia ellos, el paisaje exterior llamaba de más mi atención. Las verdes colinas, los pastizales, manchas blancas a lo lejos me contaban de pequeños rebaños de vacas o cabras, pequeñas montañas se atravesaban entre el firmamento y yo.
Al voltear hacia dentro del vagón, en medio del gentío, mi mirada se centró en unos ojos hermoso, cuyo brillo era eterno, sutil, sensual... Me ofrecí para cederle mi asiento, y al ponerme de pie ella me dió las gracias y señaló a una señora joven que venía con un niño en brazos. Sin pensarlo dos veces me hice a un lado para que ambos pasaran y se sentaran, mientras ella me sonreía cariñosamente...
Comenzamos a conversar, en el vaivén del vagón, su voz unida a una hermosa cara me tenía hipnotizado, sonreía sin intentar ponerme serio, era inevitable, esa paz, que sentía era indescriptible... Eventualmente, los movimientos del vagón nos acercaba de más y nos sonrojábamos pidiendo disculpas uno a la otra y viceversa, mientras que sin darnos cuenta ella tenía su mano sobre mi hombro y conversábamos de todo un poco, el viaje era largo así que decidimos hacerlo corto entre sonrisas y tropiezos...
Me contaba de sus gustos musicales, del romanticismo de la lluvia, de su colonia masculina favorita para oler, de los libros de poesía que degustaba a diario, en fin, un Universo se gestaba en torno a aquel viaje en tren hacia unas tierras lejanas, donde la casualidad y la causalidad se hacían cómplices una vez más...
Al llegar a nuestro destino, la ayudé a bajar del vagón y caminamos en el mismo sentido hacia la salida del Andén. El ambiente alrededor era fantástico, fuentes adornaban varios rincones, esculturas de Eros, un café a la derecha, con sus sillas curvas, agrupaba a varios visitantes y pasajeros que aguardaban otros trenes para otros horarios... Un micromundo giraba confabulando aquella despedida... Al llegar a la calle, un taxy la esperaba haciéndole señas el conductor la invitaba a acercarse y entrar, su viaje aún no teminaba, me había contado que debía tomar un taxy que la llevaría durante dos horas al pueblo donde iba, en las faldas de una gigantesca montaña verdiblanca.
Se volteó para estrecharme la mano, la apretó fuerte mirándome a los ojos y me dijo que hacía mucho no disfrutaba tanto un viaje. Se acercó y al intentar besar mi mejilla tropezó y se juntaron nuestros labios... por un momento temblé, pero no vacile en tomarla de los brazos no fuera a caer, eso me permitió acercarla más a mí en el momento en el que aquel beso improvisto selló hermosa la despedida, mientras nuestros ojos se despidieron, desconocidos de saber, que, luego de aquella tarde, nuestras vidas cambiarían para siempre...
José Rafael Rivero ® Todos los Derechos Reservados
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